UN MILAGRO, alguna experiencia
sobrenatural, o alguna experiencia emocional o físicamente
dolorosa podría ser suficientemente poderosa como para transformar nuestra vida para siempre.
dolorosa podría ser suficientemente poderosa como para transformar nuestra vida para siempre.
El impacto
transformador podría ser positivo como también podría ser negativo. Eso sólo
depende del tipo de experiencia vivida y la reacción que la persona quien
experimenta dicha experiencia pueda tener ante la misma. Existe un
conocido refrán que dice así:
“Todo es según el color del cristal con que se
mira.”
LA PERSPECTIVA es el punto
visual desde donde nos colocamos para observar alguna imagen. Esto, en términos
emocionales, nos provee cierto tipo de información que podría influir a la hora
de tomar decisiones importantes con
realción a algún asunto al cual nos enfrentemos.
En otras palabras, la interpretación que le demos a las cosas podría estar siendo influenciada por nuestras experiencias u opiniones, pero probablemente muy lejos de su significado real.
Dios desea que nuestra vida y experiencia con ÉL no dependa de la inestabilidad emocional a la cual como seres humanos a veces experimentamos. Siendo así, podríamos vivir erráticos y sin propósito. En ocasiones, dependiendo de nuestro estado de ánimo así mismo basamos nuestra relación con Dios.
Pero gracias a la infinita misericordia de nuestro Padre Eterno, su Santo Espíritu nos hace entender una cosa: DIOS NO NECESITA DE NUESTRAS EMOCIONES PARA QUE PODAMOS VIVIR EN DE ACUERDO A SU VOLLUNTAD. ÉL BUSCA DESARROLLAR EN NOSOTROS, CONVICCIONES ACERCA DE QUIÉN ES ÉL Y DE LO QUE PUEDE SER CAPAZ DE HACER EN NUESTRAS VIDAS.
En el libro de Santiago 1:2-4 dice lo siguiente:
“Tengan por gran alegría, hermanos míos, el que se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que les falte nada.”
Cuando
establecemos las emociones como el fundamento en el cual construímos nuestra
realción con Dios, estamos utilizando el mismo cristal para comparar dos cosas
diferentes bajo una misma opinión. Uno, nuestras experiencias o relaciones
interpersonales y otro, nuestro Padre Eterno, perfecto y justo como no hay
nadie más.
Pero cuando Dios interviene con su Santo Espíritu utilizando su propia palabra, nuestra mente y nuestra alma entran en un acuerdo el cual nos muestra cómo someternos a la voluntad de nuestro Padre Eterno.
DESDE EL PRIMER DÍA de la
creación nuestro Creador tuvo la intención de establecer un pacto eterno con
nosotros sus hijos. Su deseo
era llegar a un acuerdo en el que pudieramos obtener Su Paz, Consuelo y
Bendición aunque la vida misma nos tirara de cara al suelo en muchas ocasiones.
El propósito de su pacto era desarrollar en nosotros un carácter suficientemente fuerte como para que no fueramos quebrados
por las luchas del diario vivir y nuestros tropezones por el camino de la vida.
HOY, ese pacto tiene tanta vigencia como en el primer día en el que fué dado al amado pueblo de Dios. Nosotros tenemos la oportunidad de recibirlo a través del gobierno de Jesús en nuestra vida y su sello permanente a otorgado por el Espíritu Santo de Dios mientras aceptemos la voluntad del Padre Eterno en nuestra vida.
La realización de este pacto en nuestra vida no depende de nuestras emociones, pues su autor, el mismo Padre Celestial, no es como nosotros que somos seres frágiles y débiles. En cambio, ÉL es Espíritu y su Palabra es Justa y Verdadera y permanecerá para siempre. Este pacto depende de nuestro compromiso al haber aceptado su Santa Voluntad en nuestra vida. Este pacto sólo se puede vivir a base de una convicción profunda en las Sagradas Escrituras.
Es ahí en la convicción o convencimiento en las Sagradas Escrituras en dónde hallamos el consuelo eterno para nuestra alma.
Aunque nos sintamos tristes; frustrados; desanimados; enojados; cansados; aburridos; avergonzados; o cualquier otro sentimiento agonizante que podamos experimentar, NUNCA DEJEMOS QUE ESOS SENTIMIENTOS NOS ROBEN LAS CONVICCIONES QUE DIOS BUSCA EN SUS HIJOS PARA QUE HAGAMOS PACTO ETERNO CON Él Y NO PERDAMOS DE VISTA QUE ESE ACUERDO ENTRE ÉL Y NOSOTROS SERVIRÁ DE RECOMPENSA ETERNA PARA NUESTRAS ALMAS.
Mientras nos aferramos a esa Fe, a ese “creer sin ver” de que Dios cumplirá su propósito en nosotros, tendremos asegurado un espacio de una eternidad con ÉL.
Debo de aclarar que la Fe NO ES un sentimiento; la Fe ES una convicción que nos recuerda quién fué, quién es y quién será Dios. Esa convicción nos mantiene vivos y con una esperanza de gloria eterna. La Fe que ofrece la sociedad, que dice amar a Dios, no concuerda en lo absoluto con la Fe bíblica. Pues la Fe social no tiene pacto con Dios, no tiene compromiso eterno con ÉL ya que la sociedad es quien intenta gobernar lo espiritual de Dios y no se somente al verdadero pacto establecido desde la eternidad.
La Fe social sólamente se basa en los sentimientos de personas que aunque tengan buenas intenciones, su vida misma revela que Dios no les hace falta. Entonces ¿Cuál es la verdadera Fe que Dios espera de nosotros? ¿Cuál es el pacto que Dios desea establecer con sus hijos? Si Dios busca un corazón igual al de ÉL y un corazón se basa en sentimientos; pero sabemos que un pacto es una convicción, entonces, ¿Cual es la diferencia entre el corazón que Dios busca y el corazón de Fe que nos presenta la sociedad?
Veamos lo
que dice Su Palabra:
2 Cro. 16:9 “Porque los ojos de Dios contemplan toda la tierra, para mostrar
su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él…
Dios se mantuvo
observando cada paso, cada decisión y cada movimiento que el rey David tomaba
y el rey David sabía que la integridad
(un espíritu recto) era importante delante para Dios.
Hechos 13:22: Quitado éste [Saúl], les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.
Hechos 13:22: Quitado éste [Saúl], les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.
Estos versículos revelan el secreto
de un corazón que Dios busca. No es un corazón sentimental; sino un corazón COMPROMETIDO A OBEDECERLE Y A CREERLE EN
TODO TEMPORADA DE VIDA. Observemos lo que cada palabra de cada versículo
resaltada en negro dice:
Ø ...para
mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto...
Ø Cada paso;
decisión; movimiento en
obediencia a Dios producen integridad en el ser humano.
Ø ... conforme a mi
corazón, quien hará todo lo que yo quiero.
Dios
busca un corazón que esté convencido del
poder y la autoridad que tienen las Sagradas Escrituras. ÉL busca un
corazón que no dependa de la opinión o aprobación social para servirle a ÉL.
Dios busca un corazón que no dependa de sentimientos sino de convicciones que
lo lleven a un sometimiento absoluto al pacto eterno establecido por ÉL. En su
Divina y Perfecta Voluntad, nuestro Padre Eterno desea que miremos las cosas a
través del cristal que ÉL estableció, un cristal de justicia y esperanza.
Si vuelve a ocurrir otro milagro impactante u otra experiencia impactante en nuestra vida, busquemos que se forme en nosotros un carácter que nos acerque a Dios y nos ayude a permanecer en ÉL. Busquemos que nuestro “amor por Dios” perdure mucho más que una emoción momentánea. Ése carácter creará en nosotros convicciones de Fe y dependencia absoluta en un Padre Celestial en el cual nuestra vida está guardada si le buscamos como ÉL desea.
Las mismas palabras de Jesús nos revelaron cómo es que Dios desea ser amado. Lee la siguiente cita bíblica en Juan 14:21:
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.”
LOS MANDAMIENTOS que Jesús
estableció no son mandamientos expirados ni tampoco opiniones de hombre; sino que
provienen del mismo corazón del Padre Celestial.
Juan 14:24
dice:
“El que no me ama, no guarda mis palabras: y la palabra que habéis oído, no es mía, sino del Padre que me envió.”
Podemos concluir que el “Amar a Dios” nunca dependerá de los
milagros recibidos o las experiencias vividas; sino que consiste en GUARDAR LOS MANDAMIENTOS DADOS POR EL
PADRE CELESTIAL.
¡Que El Señor te Guarde!